lunes, 8 de abril de 2013

El gobierno de la rosa



Caminando en la ciudad de arenosas calles, las enormes montañas enventanadas que se levantan hasta donde la vista llega, me hacen sentir como hormiga en hormiguero.
El sol no llega a tocarme los pies, y aquella nube negra que se mecía en el cielo deja de ser tan negra, tan gris, tan pura, y empieza a llorar.
Gritan entonces su clamor las flores casi marchitas, reunidas están en la plaza de aquel pueblo de arenosas calles; y frente a ellas se levanta el cerro, impotente, malhumorado; protegido por pequeñas rocas de cortante filo, agresivas, altaneras.
Mientras unas aves emergen vuelo y toman lo que no les pertenece, celebran en el pueblo el gobierno de la rosa, que ya no lanza aromas sino espinas, moviendo las hojitas, meneando las raíces, y todos caen en profunda dormezón.
Mas aquellos cuervos que no se callan, culpan de todo a inocentes rosas, y los que deben pagar no pagan y a los que pagan sin deber se les va la vida.
Y las montañas siguen creciendo y creciendo, y más semillas se van dando, el campo está creciendo y el agua se está acabando, mientras la rosa gobierna y ríe rascando su tronco como tal despreocupada, yo ya no quiero no ver.